martes, 10 de agosto de 2010

El y yo: del mismo lado de la inseguridad.


Hay horas en que la ciudad es un cuerpo abandonado, una alfombra marcada de luces y charcos a la que le aportamos una soledad mas. Y lo hacemos: caminándola, deslizándonos chiquitos, diminutos, casi abreviados. Cada paso que damos en ese instante, sentimos la silenciosa carga, el invisible peso de la inseguridad.

Bajé del 34 como un paracaidista en cámara lenta, lo hice como todos los días, minutos antes de la 5.00 de la mañana. Lunes otra vez diría la cancion. Lunes otra vez y me espera una radio semi-poblada ( Alli trabajo. Alli diariamente escribo, produzco. Destilo humores varios y recibo otros tantos). Rumbo a mi rutina de radio. Soy parte del bostezo silencioso de un Palermo que aun no despertó. Un Palermo que ya no es Hollywood sino Buenos Aires hora cero.
Al llegar a Uriarte, en una esquina de nadie, en una sintetica comarca tiznada de luz y silencio su voz apagada y gangosa me hizo tambalear:
- Te queres morir?.
No fue una pregunta, fue una advertencia. De inmediato agregó:
- Si no te querés morir dame la plata y el celular.
Su mirada blanda. Su cara morocha , arisca y lampiña me recordaban a un personaje del film Los Olvidados de Luis Buñuel . Su cuerpo fragil y volatil danzaba miedo y odio, temor y vacio, muerte y duda. Sus piernas vacilantes delataban algún exceso de paco o poxi ram. Lo miré alargando un peligroso silencio, esperando que me caiga alguna ficha. Intenté responder y al ver su faca solo atiné a correr, a gritar para despertar su miedo y exponer el mío:
-Cacho, un chorro. Venite ya!
Obviamente, Cacho no existía. Era un S-O-S lanzado al aire.
A metros de allí. Un muchachote que le empataba en edad, pero no en destreza, se hizo humo en la esquina más cercana. Sin duda, era su socio. Y abrumado por lo grotesco y peligroso de la escena huyó sigilosamente.

Llegué a la radio a la hora de siempre, pero con el peso de eso que llaman “inseguridad”. La inseguridad de una sociedad cruel que le puso un candado oxidado al futuro de este pibe. Un pibe que no es como todos, porque le sellaron a mazazos en el alma y en la carne que el futuro no llegó ni llegará, que su vida no vale nada, entonces él mata por un puñado de nada, una nada que como un boomerang vuelve cada día y le corta la cara. Es un pibe chorro, marginal, castigado dirán algunos: yo prefiero llamarlo desangelado.
El se sabe mas inseguro y vulnerable que yo, por eso sale a buscar brutalmente lo que nadie le dió ni le dará. Es un pibe y es también el cero de la gran estadística, un nadie cuya inseguridad el mundo no puede ver ni entender. ( Pues,l " el mundo" está distraído del otro lado del mostrador)

Los dos somos victimas de la inseguridad. El pibe y yo. Son distintas inseguridades. Estamos desnudos en umbrales diferentes, aunque golpeados por el mismo frío: por la misma puta muerte.

Esta vez – por suerte- le fallamos a la divina TV Führer, la jugada nos salió bien, pese a todo. El miedo y la inseguridad de ambos nos alejó . Yo corri, inventé un socio "cazachorros" y el prefirió la retirada . Salimos ilesos. E insisto : gambeteamos a la fulminante TV Fuher. No entramos en ese "monitor – infierno" que nos pica, nos muele, nos muestra y nos olvida. Para despues contar la historia que no fue. Ella,- seguramente- estaba necesitando una muerte y un robo en una esquina porteña, una esquina de nadie. Nuestros miedos acordaron y la jodimos, bien jodida.
Le fallamos a la Divina TV Führer, esa que agazapada espera que nos muramos para mostrarnos indefensos, vulnerables, chiquitos: nadies y con la canción de la inseguridad sonando a todo volumen. Con la canción de la inseguridad doliéndonos en cada extremidad. Con la nefasta melodía de la inseguridad que tanto vende y tan poco paga.


CIRI, EL BUSCAPIEL

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