La lluvia ha cesado, y la luna ha salido.
No entiendo nada de las ondas de radio.
Pero creo que se transmiten mejor justodespués de llover, cuando el aire está húmedo.
En cualquier caso, ahora puedo coger Ottava, si quiero,o Toronto.
Últimamente, de noche, me sorprendoligeramente interesado por la política canadiensey sus asuntos internos.
Es verdad. Pero normalmentelo que buscaba era sus emisoras con música.
Me sientoaquí en la butaca y escucho, sin tener nada que hacer,o pensar.
No tengo televisor, y dejé de leerlos periódicos.
De noche pongo la radio.
Cuando escapé aquí trataba de alejarmede todo.
Especialmente de la literatura.
De lo que ella entraña, y de lo que trae a rastras.
Hay en el alma un deseo de no pensar.De estar quieto.
Emparejado con éste,un deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma también es una afable hija de putano siempre de fiar.
Y olvidé eso.Escuché cuando dijo: Mejor cantar a lo que se ha idoy nunca volverá que a lo que aún siguecon nosotros y estará con nosotros mañana.
O no.
Y si no, también está bien.
Tampoco importa demasiado, dijo, si un hombre nunca canta.
Esa es la voz que escuché.
¿Puede imaginarse que alguien piense cosas así?
¡Qué absurdo!Pero tengo estas estúpidas ideas de noche cuando me siento en la butaca y oigo la radio.
Entonces, Machado, ¡su poesía!
Era como un hombrecillo mayor que se vuelvea enamorar.
Una cosa digna de observar,y embarazoso, además.
Y llevo tu libro a la cama conmigo y me duermo con él a mano.
Un tren pasó en mis sueños una noche y me despertó.
Y lo primero que pensé, el corazón acelerado allí en el dormitorio a oscuras, fue esto:
Todo es perfecto, Machado está aquí.
Entonces me volví a dormir.Hoy llevé tu libro conmigo cuando salía dar mi paseo. “¡Presta atención!” -decías,cuando alguien preguntó qué hacer con su vida.
Conque miré alrededor y tomé nota de todo.
Luego me senté al sol, en mi sitiode junto al río desde donde puedo ver las montañas.
Y cerré los ojos y escuché el sonidodel agua.
Luego los abrí y me puse a leer«Abel Martín».
Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
Y espero, incluso cara a lo que sé de la muerte,que recibirás el mensaje que pretendo enviarte.
Pero está bien aunque tú no lo recibas.
Que duermas bien.
Descansa.
Antes o después espero que nos veamos.
Y entonces yo podré decirte estas cosas directamente.
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